Que resulta más fácil, por ejemplo, conmoverse por los paisajes del país y “amar” los tamales que pagar salarios justos y tratar mejor a los empleados, esto es una verdad como una bofetada. Que nunca aceptaré que mi adorada hija canchita se case con ese licenciadito de bigote ralo de Chimaltenango, esa es otra demostración de noble e inmarcesible sentido patriótico.
A ver, señora, a ver caballero: deme, por favor, una señal fiable de dónde empieza y dónde acaba la patria, además de en la imaginación y en el silencio de los cementerios. ¿La patria está en la cédula de vecindad? ¿En los volcanes? ¿En el fresco de súchiles? ¿En el agua contaminada de los ríos? ¿En los niños barrigones llenos de lombrices? ¿En la falta de escuelas? ¿En esos programas de televisión para retrasados mentales? ¿En los pasillos ministeriales? ¿En los discursos descerebrados de los empresarios, de los políticos?
¿Acaso la patria está sólo al interior de mi finca, en los bancos, en las cantinas, en las iglesias? ¿Está la patria en las artesanías, en los pintoresquismos del lenguaje? ¿La patria está en el texto de la Constitución? ¿En la bandera? ¿Dónde putas está la patria, por el amor de Dios? ¡A ver, respóndame!
Creo que la patria es como Dios, todos hablan de ella, pero nadie la ha visto. Quizás por eso, porque se trata de una prótesis mental hecha de anhelos, delirio y humo. La patria es todo y es nada: una coartada, un pretexto. hojala la encuentre un dia, y le diga donde te metiste.
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